Entre otros asuntos, Muertas de amor nos narra el gozoso entierro de un payaso y la búsqueda infructuosa de un impenitente seductor, la inesperada boda de Olivio Cáceres al rematar un encuentro de escritores de provincia en la frontera y su misteriosa muerte unos meses después, los viajes a Lejanías, territorio de mujeres bellas y otros milagros, y las sorpresas de Numancia, donde los caballeros pierden la cabeza y las damiselas arrancan el corazón a los incautos. Además, la incertidumbre de un libro que se transforma en cada lectura y el consuelo de un hijo inventado para sostener el hilo de los días, el trágico destino de unos muchachos embelesados y humillados en los senderos de la locura y la sangre y la última estación de una pareja en una ciudad sumergida en el caos. Como sal en la herida, presenciamos la pasión desaforada de un fotógrafo por la dueña de un delantal y la resignación de un hombre tendido en una hamaca, los días y las noches de una familia que se deshace como pan en el agua y la agonía de una muchacha embriagada por olor de hombre y la belleza de un conejo, de otra que se entrega al domador por el espectáculo de un león viejo y una más que pierde la inocencia en medio del bosque y el misterio de una mano desmembrada.
En estas páginas, sobre todo, asistimos al ejercicio literario lleno de frescura y sobriedad: descripciones precisas, adjetivos necesarios, diálogos afiladísimos, toques de humor que matizan situaciones y una sólida concepción del género. Crudo en el tratamiento de las pasiones y despiadado con los personajes, el lenguaje de estas historias es una maquinaria, limpia y eficaz, que hiere las entrañas del monstruo y descifra la oscuridad de los cuartos olvidados.