Llegado el 2024 decidí acometer una aventura, que quiero llamar literaria, pero que tiene vertebrado el espíritu periodístico de las columnas de prensa. Yo tenía el oficio arraigado de escribirlas durante tanto tiempo. Muchas y tantas que la antología en el impreso Tome pa que lleve el libro y la recopilación en el tomo digital La libertad en el encierro, dejan la mayor parte a la vera del camino. Y, sin embargo, ni con aquella dote de marinero redomado podría vislumbrar el rigor del desafío que representaba el propósito que registré en mi bitácora: escribir durante siete meses, cumplidamente y sin esguinces, dos columnas por semana, someterlas a la consideración de los lectores que no se arredraran en Facebook, Instagram, LinkedIn y X, y convertirlas en un libro, que no es otro que este, que usted lleva ahora para su casa. Para mí, tareas de ese calibre ejemplar las han surtido con creces tres periodistas. Uno, en el que sintetizo mi memoria y mi admiración y cariño. Y otros dos de una misma casa, prácticamente legendarios en el periodismo y en las columnas de opinión. Daniel Samper Pizano sostenía una publicación diaria, «Reloj», en El Tiempo, y solo Dios sabe cómo le quedaban horas para ocuparse de otras cosas, entre ellas, la vida. El doctor Antonio Panesso Robledo hacía lo mismo con «Temas de nuestro tiempo», en El Espectador, firmando con el seudónimo de «Pangloss», que no es otra persona que el tutor de Cándido, en la novela de Voltaire. Panesso, a quien un día entrevisté para El Tiempo, no quiso introducir entre sus lacónicas respuestas el secreto filosofal que cómo hacía eso y además tenía tiempo para presentar un programa de televisión y escribir libros, y si mal no estoy, hablar por la radio. El otro titán es don José Salgar, que sostuvo «El hombre de la calle» durante 35 años, fungiendo en El Espectador, además, como el mejor jefe de redacción que ha conocido el país, longevidad que además de admirable resulta difícil de parangonar. Solo quedaba algo por resolver antes de abocarme a esa singladura. ¿Cómo llamarlas? Eran columnas como las de prensa, por su espíritu y vocación, sin duda. Pero su extensión las separaba del compendio, por lo menos vistas desde el número de palabras que acaté durante tantos años para escribirlas en la prensa restringida en centímetros, reductos lacustres frente a los que hoy parecen oceánicos espacios digitales. Eran más bien, notas, casi crónicas. Así que en el bautizo atropellado quedaron como «Columnotas». Llegado el 2024 decidí acometer una aventura, que quiero llamar literaria, pero que tiene vertebrado el espíritu periodístico de las columnas de prensa. Yo tenía el oficio arraigado de escribirlas durante tanto tiempo. Muchas y tantas que la antología en el impreso Tome pa que lleve el libro y la recopilación en el tomo digital La libertad en el encierro, dejan la mayor parte a la vera del camino. Y, sin embargo, ni con aquella dote de marinero redomado podría vislumbrar el rigor del desafío que representaba el propósito que registré en mi bitácora: escribir durante siete meses, cumplidamente y sin esguinces, dos columnas por semana, someterlas a la consideración de los lectores que no se arredraran en Facebook, Instagram, LinkedIn y X, y convertirlas en un libro, que no es otro que este, que usted lleva ahora para su casa. Para mí, tareas de ese calibre ejemplar las han surtido con creces tres periodistas. Uno, en el que sintetizo mi memoria y mi admiración y cariño. Y otros dos de una misma casa, prácticamente legendarios en el periodismo y en las columnas de opinión. Daniel Samper Pizano sostenía una publicación diaria, «Reloj», en El Tiempo, y solo Dios sabe cómo le quedaban horas para ocuparse de otras cosas, entre ellas, la vida. El doctor Antonio Panesso Robledo hacía lo mismo con «Temas de nuestro tiempo», en El Espectador, firmando con el seudónimo de «Pangloss», que no es otra persona que el tutor de Cándido, en la novela de Voltaire. Panesso, a quien un día entrevisté para El Tiempo, no quiso introducir entre sus lacónicas respuestas el secreto filosofal que cómo hacía eso y además tenía tiempo para presentar un programa de televisión y escribir libros, y si mal no estoy, hablar por la radio. El otro titán es don José Salgar, que sostuvo «El hombre de la calle» durante 35 años, fungiendo en El Espectador, además, como el mejor jefe de redacción que ha conocido el país, longevidad que además de admirable resulta difícil de parangonar. Solo quedaba algo por resolver antes de abocarme a esa singladura. ¿Cómo llamarlas? Eran columnas como las de prensa, por su espíritu y vocación, sin duda. Pero su extensión las separaba del compendio, por lo menos vistas desde el número de palabras que acaté durante tantos años para escribirlas en la prensa restringida en centímetros, reductos lacustres frente a los que hoy parecen oceánicos espacios digitales. Eran más bien, notas, casi crónicas. Así que en el bautizo atropellado quedaron como «Columnotas». Llegado el 2024 decidí acometer una aventura, que quiero llamar literaria, pero que tiene vertebrado el espíritu periodístico de las columnas de prensa. Yo tenía el oficio arraigado de escribirlas durante tanto tiempo. Muchas y tantas que la antología en el impreso Tome pa que lleve el libro y la recopilación en el tomo digital La libertad en el encierro, dejan la mayor parte a la vera del camino. Y, sin embargo, ni con aquella dote de marinero redomado podría vislumbrar el rigor del desafío que representaba el propósito que registré en mi bitácora: escribir durante siete meses, cumplidamente y sin esguinces, dos columnas por semana, someterlas a la consideración de los lectores que no se arredraran en Facebook, Instagram, LinkedIn y X, y convertirlas en un libro, que no es otro que este, que usted lleva ahora para su casa. Para mí, tareas de ese calibre ejemplar las han surtido con creces tres periodistas. Uno, en el que sintetizo mi memoria y mi admiración y cariño. Y otros dos de una misma casa, prácticamente legendarios en el periodismo y en las columnas de opinión. Daniel Samper Pizano sostenía una publicación diaria, «Reloj», en El Tiempo, y solo Dios sabe cómo le quedaban horas para ocuparse de otras cosas, entre ellas, la vida. El doctor Antonio Panesso Robledo hacía lo mismo con «Temas de nuestro tiempo», en El Espectador, firmando con el seudónimo de «Pangloss», que no es otra persona que el tutor de Cándido, en la novela de Voltaire. Panesso, a quien un día entrevisté para El Tiempo, no quiso introducir entre sus lacónicas respuestas el secreto filosofal que cómo hacía eso y además tenía tiempo para presentar un programa de televisión y escribir libros, y si mal no estoy, hablar por la radio. El otro titán es don José Salgar, que sostuvo «El hombre de la calle» durante 35 años, fungiendo en El Espectador, además, como el mejor jefe de redacción que ha conocido el país, longevidad que además de admirable resulta difícil de parangonar. Solo quedaba algo por resolver antes de abocarme a esa singladura. ¿Cómo llamarlas? Eran columnas como las de prensa, por su espíritu y vocación, sin duda. Pero su extensión las separaba del compendio, por lo menos vistas desde el número de palabras que acaté durante tantos años para escribirlas en la prensa restringida en centímetros, reductos lacustres frente a los que hoy parecen oceánicos espacios digitales. Eran más bien, notas, casi crónicas. Así que en el bautizo atropellado quedaron como «Columnotas».