Las ediciones de la Vorágine se cuentan por legiones: desde las doctas, cargadas de notas al pie, hasta las de filibustera factura, que no pueden faltar en cualquier agáchese. La apropiación popular de la novela también ha sido innegable. Aún hay quienes se la aprenden de memoria y dificilmete habrá territorio de frontera donde no exista una pensión o una casa de empeño llamada "La Vorágine". Para ser centenaria, no merma su necesidad. Pero el éxito le ha traído consigo dos maldiciones: ser encasillada en categorías limitadas, como "novela de la selva", "novela de la violencia", "novela de las caucherías", atinadas pero parciales para una obra que es justamente sobe la vastedad y la porosidad de las fronteras. La segunda maldición es que se haya vuelto de obligada lectura en el colegio, y que cuando más debiera maravillar, espante. La recordamos como una tarea indigesta e iirelevante, hasta que la leemos con ojos nuevos y nos sorprende y fascina como un tesoro recién descubierto. El regreso a La Vorágine suele volvernos adeptos, si no adicos a sus paginas.