En tiempos en los que la ofensa cobra protagonismo en el discurso público y se asume como símbolo de la decadencia de nuestra sociedad, este ensayo nos recuerda que el insulto no es necesariamente una renuncia a la inteligencia, una expresión de la vulgaridad o el comodín de los débiles, sino una forma alternativa de ejercer el poder. Ofender y hacerse el ofendido han sido estrategias usadas para ganar elecciones, construir el sentimiento nacional y perpetuar o deslegitimar discursos.
Juan Álvarez se aleja de la ficción y entra en el archivo nacional para iniciar, con la linterna del insulto, un recorrido histórico que parte en los momentos previos a la Independencia, pasa por el 9 de abril de 1948 y termina en las secciones de comentarios que actualmente incendian las páginas web de los medios de comunicación.