Un escritor inicia un cuaderno con ejercicios para mejorar su caligrafía en el convencimiento de que, al mejorarla, lo hará también su carácter. Lo que pretende ser un mero ejercicio físico se irá llenando, de modo involuntario, de reflexiones y anécdotas sobre el vivir, la convivencia, la escritura, el sentido o no-sentido de la existencia.
«Su caso es especialmente curioso: cada uno de sus libros es mejor que el anterior. Se supone que ese fenómeno ocurre en el mundo de la ciencia, entregada como está al fetiche del progreso.»
Damián Tabarovsky, Babelia, El País