Con una palabra aguda, la autora escarba los restos que quedaron de un mundo enfermo, un mundo que se acaba cada día por un virus mortal la soledad, la mudez, los rezos sin destinatario, el desarraigo: un mundo en un constante abandono. Situándose en el terreno movedizo de lo espectral, de lo que está perpetuamente yéndose, Mery Yolanda Sánchez escribe una súplica con la certidumbre de que será lanzada al vacío, escribe una carta a una Lucía que nunca la leerá, y revela que la escritura es la experiencia de sumergirse, de cabeza, dentro de la pregunta sin respuesta, la carta sin receptor, la búsqueda de sentido en un mundo vacuo.