Quise de palabras ser estéril, para no engendrar ningún mal que me redujera a cenizas. Ansié la quietud, la realidad irreversible, la seguridad de mi ser a toda costa. Juzgué todo lo que desde mi centro fue enunciado.
Sabía que si un día mis palabras se atrevían a revelar mi forma, ese día iba a estar desnuda. Con las ventanas abiertas y las ataduras rotas, anunciaría mi fragilidad, mi muerte.
Contenida.
También deseaba mudar mi piel, pronunciar mi forma, dar a luz un universo.
Padecía una contradicción vergonzosa que me inmovilizaba.
Siendo la estatua de una esfinge me escuché quebrar
-aullido de un ser recién nacido-.