La fuerza creadora escapa a toda denominación (...) Probablemente ella misma es materia, una forma de materia que no es perceptible con los mismos sentidos que los otros tipos conocidos de materia. Pero es preciso que se deje reconocer en la materia conocida. Incorporada a ella debe funcionar. Unida a la materia, debe tomar cuerpo, devenir forma, realidad. Esta es la experiencia del arte demarcada por la obra de Paul Klee y sobre ella versan los escritos aquí reunidos bajo el título de Teoría del arte moderno. Pero más acá de la obra hay su génesis: registro difuminado, desenfocado de la imagen-cuerpo: líneas, claroscuros, color. La ley gravífica terrestre sede en soberanía. Poco a poco son fuerzas centrífugas las que dominan la escena: el enraizamiento terrestre se desentiende en favor de una común participación cósmica. Levitar, volar. Nadar, bucear. ¿Aire? ¿Agua? Cualquiera sea la ecuación, el cuerpo busca la respuesta motriz favorable a la libre movilidad. Pues de lo que se trata, finalmente y desde siempre, es de la elección y composición de los medios plásticos-corporales que más adecuadamente expresen en forma los contenidos en formación. El arte puro supone la coincidencia visible del espíritu del contenido con la expresión de los elementos de forma. ¡Denme pues un cuerpo! ... ¡más no uno cualquiera! Es la exigencia en la búsqueda que dotada de alas por la intuición suele poseer la superioridad. Su logro será ya cuestión de temperamentos: ¡que nadie se crea obligado a esto! Que cada uno se dirija según los latidos de su corazón.