Alimentado en la infancia y adolescencia con la savia de la tradición celta de su Gales natal, ya a los veinte años conmovió el ambiente literario de Londres con un libro que proponía una poesía mágica, oscura pero también natural e instintiva, sostenida por una personalidad capaz de proponerse como mito de una generación. Fue periodísta, guionísta cinematográfico y de radio, inigualable recitador y narrador, pero sobre todo, y siempre, poeta de impetuosa vitalidad. Incapaz de adoptar una norma de vida, murió a los treinta y nueve años, destruido por el alcohol. La personalidad poética de Thomas se distingue de la mayor parte de las voces del siglo por la originalidad de una dicción en la que se funden, sobre el sustrato celta, los movimientos y redescubrimientos más significativos del siglo, desde los surrealistas franceses hasta el visionario de Blake y las metáforas audaces de los metafísicos del siglo XVII.