Clarke, naturalista inglés, viaja a la Argentina para estudiar una liebre singular de las pampas, veloz como un rumor, pero que nunca nadie ha visto. Como corre el siglo XIX, lo guía un gaucho que muchas veces parece desorientado y lleva también, a pedido expreso del dictador Rosas, a un joven acuarelista sentimental que rara vez toca un pincel. Al parecer más por mérito de los caballos que de su baqueano, Clarke acaba encontrando a los indios de la nación huilliche, que recordarán los lectores de Entre los indios. Cafulcurá y sus súbditos lo reciben y agasajan pero, al mismo tiempo, lo dejan en suspenso con las historias que comienzan a contarle, contestan a medias sus preguntas, le dan nada por liebre.
Pero esta indagación es apenas el inicio de uno de los libros más ambiciosos y descarados de César Aira, una novela en la que a cada momento nos espera una historia de amor romántica y desgraciada como corresponde a la época, o un secuestro, o una tribu que habita el inframundo y ha elegido al mismo diablo como cacique, o una guerra en tiempos de paz perpetua. ¿Debe ser interpretada literalmente una historia? ¿No se trata en realidad de una alegoría o un engaño? ¿No es, incluso lo visto, una ilusión causada por la distancia, por la velocidad, por la luz, por la falta de accidentes geográficos?
Aira ha recuperado el papel central de la imaginación para la literatura latinoamericana. Una imaginación que prescinde de saberes, que usa los libros como un trampolín desde el que salta a sus más insólitas figuras. En La liebre la juega gozosamente en el contexto de la historia, tomando una rara distancia del realismo, reinventando los géneros que se leyeron ávidamente en el siglo antepasado: la novela por entregas, la crónica de viajes y, naturalmente, el melodrama y su potencia para anudar todo lo que parecía demasiado proliferante.