El lector que la obra interpela es un artista y el artista que la obra demanda es un lector, valga decir, dos sujeros cuyo distintivo común es la capacidad que poseen de destrozar imágenes.
La obra gestiona un tiempo propio desde el cual se genera una crítica que pone en duda, o por lo menos en situación de examen, el tiempo de la condición humana.
En la extensa tradición del ensayo es notable su fuente primordial: el aforismo. Una especie de comprimido del pensamiento que se instala como punto de proyección para arduas y largas reflexiones. En este libro ofrezco una colección de mis ejercicios en el género, pequeñas piezas cuya ascendencia filosófica y literaria y quizá sus énfasis teóricos, activan un diálogo con diversas corrientes del pensamiento crítico e intentan asir, de sus oquedades y sombras, un vestigio de revelación útil para discernir el carácter único e inacabado de la obra de arte.
Julián Malatesta