Desde una vejez apacible y desde su voz se teje una historia de orfandad, crimen, desamor y expiación. Las estaciones comunes al Lazarillo de Tormes, al Periquillo Sarniento y al Candingas, ese diablo sonriente que le presta su nombre al protagonista de esta picaresca. Pero, aunque las estaciones sean las mismas, el paso por una voz las cambia. Al decir, al ir diciendo, su yo, la voz, barriobajera a veces y a veces lírica, siempre sabrosa, se vuelve la verdadera protagonista de esta novela deliciosa.
El Candingas puede derrotar todas las cerraduras y, del mismo modo, la noche que invita a beber con él a su lector para contarle su vida, logra abrir las barreras de la incredulidad. Al mismo tiempo, los episodios de su relato están dispuestos con la minucia necesaria para dibujar a sus personajes con velocidad y precisión, hacernos reír sin cesar y, al final, dejarnos desolados.
Como todo libro que vale la pena, esta novela dice una verdad profunda acerca de una época. En el paso de la década de los cincuenta hasta la inminencia del 68, el espacio reconcentrado de esta narrativa de crimen y cárcel está lleno de videntes y violencias que anticipan lo que estaba por suceder en el afuera todavía optimista.
En Corazón de mierda late una de las más profundas tradiciones de la literatura en español, quizá el más antiguo de sus ríos novelísticos. Sus aguas recorren un surco centenario, pero felizmente siguen fecundando las páginas. Hay que saludar aquí la aparición agradecible del más joven de nuestra estirpe de pícaros.