Larsen regresa a la ciudad de Santa María y se emplea en el astillero de Petrus al tiempo que comienza a cortejar a la hija de éste, con el único propósito de encontrarle un sentido a su vida. Pronto la farsa se hace evidente, el astillero está en quiebra, es un espacio en ruinas y él es solo un difunto sin sepe, a quien fuera de esa farsa que aceptó como trabajo no le queda más que el frío del invierno, la vejez, el no tener dónde ir, la posibilidad de la muerte. Pero una cosa es jugar solo su propio juego y otra es que los demás lo acompañen, entonces el juego es lo serio, se transforma en lo real y aceptarlo es aceptar la locura.