La vastedad del territorio americano sólo es comparable con el desbordado espacio utópico que América ha cifrado a través de la historia. Desde el sueño de Thomas Moro que encontraba su paraíso en estas tierra, hasta Brasilia como la cristalización del sueño de la racionalidad moderna, América se ha constituido en el lugar onírico o real de los más quiméricos proyectos y de las más fecundas ambiciones de Occidente y, sin embargo, ya es hora de que esa América Mestiza, que siempre ha estado en función de un centro externo, empiece a soñarse a sí misma, desde su pasado milenario, como unidad capaz de salvar los profundos quiebres y discontinuidades de su extensión geográfica y de su devenir histórico. Ya es hora de que América se mire en un espejo propio, porque «la América Mestiza, que no existe como unidad política y que por siglos ha sido negada como unidad económica, es culturalmente, una nación». América Mestiza de William Ospina sigue la vertiente de una propuesta que empezó, un par de siglos atrás, con la «Carta de Jamaica» de Simón Bolívar; una reflexión que asume al continente como proyecto, como ese posible País del Futuro que soñaron nuestras independencias sucesivas, y que no hemos dejado de pensar y repensar en nuestros días.