Sé que muchos pensarán que miento, y me expongo al más acerbo ridículo ante el concepto adocenado de aquellos que, siguiendo la corriente del pensamiento común de las gentes "serias", no se atreven a hablar en público de asuntos que, todavía, no han sido comprobados científicamente por ese conjunto muy respetable de sabios de la Tierra que - igual a sus colegas de antaño- sólo aceptan los fenómenos producidos por ellos mismos en sus propips laboratorios y dentro de sus propios métodos o sistemas de investigación.
Pero al escribir estas líneas, por extrañas que resulten a todos ellos, me limito a cumplir la promesa empeñada a un hombre al que me unió la más estrecha y fraterna amistad; un hombre cuya sinceridad y corrección de conducta pude apreciar desde los días lejanos del colegio, quien me narró los hechos a que hoy a referirme, dándome pruebas irrefutables de sus veracidad, antes de abondar este planeta para ir a vivir en otro lejano astro de nuestro sistema solar.