No hay detalle que se escape a la mirada de Marchamalo, pues en apenas ocho folios deja una semblanza inolvidable del personaje que aborda que, como un eco, se repite dentro de nosotros una y otra vez sin tiempo para la negación. Su escritura, lírica y elíptica, es una majestuosa sucesión de imágenes que nos atrapan y nos devuelven a ese tipo de literatura hipnótica y magistral que nos deja sin aliento. No nos dejemos engañar, porque este pequeño libro te invita a su lectura no sólo una vez, sino varias, por la profundidad de sus frases y palabras y, cómo no, por las magníficas ilustraciones de Antonio Santos que nos arrastra a esa Inglaterra victoriana... -Ángel Silvelo Gabriel