"Los reflectores se encendieron de nuevo. Debe ser la tercera o cuarta vez, pero ni Bianca ni yo llevamos la cuenta. La circunferencia ovalada del estadio nos hace sentir protegidos y seguros de las guerras mundiales y de las catástrofes nucleares, de los jefes de gobierno que se estrechan la mano mientras miran a los fotógrafos, de los asesinos y de los violadores y de la armonía seductora de las cosas peligrosas. De nuevo se encienden los reflectores. Quisiera abrazar a Bianca y decirle que todo va a salir bien, pero ella me preguntaría por qué ¿qué puede estar yendo mal? , y yo no sabría cómo empezar y entraría en pánico. Encendería mi videocámara. Grabaría una parte cualquiera del mundo en que vivimos y se la mostraría, así ella no pudiera verla, y le diría que todo esto puede terminar en un instante".
Stalin se deja llevar por sus impulsos y ataca a su padrastro el día que cumple dieciocho años. Toma su Vespa y convence a Bianca de huir, no podría irse sin ella. La capital es otra cosa, lejos de las presiones y de las consecuencias. Allí están lejos de todo: Bianca solo está para Stalin y Stalin solo está para Bianca. Ahora el plan es que él registre el mundo con su cámara y que ella lo llene de poesía. Pero no será fácil: Stalin tendrá que ensuciarse las manos para que las de Bianca queden limpias.