Nadie puede negar hoy la omnipresencia de la música electrónica: desde los éxitos pop masivos que encabezan los rankings hasta las exploraciones sonoras más aventuradas son en su gran mayoría fruto del encuentro íntimo entre la creatividad humana y las máquinas. Su historia podría pensarse así como una historia doble. Por un lado, la de aquellos compositores, productores e inventores vanguardistas que, ya sea en la soledad de sus estudios de grabación como en marcos institucionales diversos el Taller radiofónico de la BBC o la radio NWDR de Colonia, entre otros, desarrollaron un leguaje inédito y abstracto explorando la física del sonido y llevándola a lugares hasta ese momento desconocidos. De esta nutrida constelación de pioneros como Robert Moog, Leon Theremin, Brian Eno, Delia Derbyshire o Jeff Mills surgieron las composiciones y los géneros que hoy constituyen el amplio panorama electrónico: desde la musique concrète al synthpop, pasando por el house, el ambient, el hip-hop, la música industrial o el techno. Pero en paralelo existe también una línea evolutiva no-humana, maquínica, que da cuenta de los saltos tecnológicos y de los horizontes estéticos que estos posibilitaron. Los protagonistas de esta segunda historia son sintetizadores modulares, máquinas de ritmos, secuenciadores midi, computadoras y samplers, y tienen nombres que parecen salidos de una novela de ciencia ficción: Mellotrón, Ondas Martenot, Vocoder, Jupiter-6, TR-808, MPC60.