Los cuentos de Eduardo Antonio Parra, dijo el crítico Christopher Domínguez Michael, son una hazaña retórica, la de quien practica el arte de volver a contarnos una pesadilla. Infrecuente en cualquier lengua es ver aparecer entero a un cuentista natural, incapaz de confundir al género con sus imitaciones o paráfrasis, convocando al lector a ejercitar el infantil, estremecedor y sagrado cuéntamelo otra vez sin el cual no hay experiencia literaria. Ninguno de los asuntos de Parra la nota roja, los mojados, la estulticia rural, el mundo prostibulario, los desposeídos eran nuevos ni ajenos a la tradición del realismo mexicano, como se corroborará leyendo desde Los límites de la noche (1996), su primer libro, hasta Parábolas del silencio (2006), acaso el más perfecto, pasando por Tierra de nadie (1999) y Nadie los vio salir (2001), volúmenes agrupados en estos Cuentos reunidos.
En esta nueva edición ampliada, se incluye ahora, también, Desterrados (2013), un libro donde la lengua alcanza registros superlativos. Parra vuelve a contarnos historias que obsesionaron a José Revueltas y a Juan Rulfo y las cuenta, gracias a su poder formal, como si fuesen novedades infernales: el linchamiento propiciatorio del loco en un pueblo, la vida y la muerte de una prostituta adorada por sus clientes, el patético romance de una pareja de teporochos, la vejación de un prostituto, el rencuentro entre un viudo y su amante durante un velorio.
La violencia mexicana, agotada por décadas de abuso retórico, rutina melodramática y chantaje ideológico, renació, como tema literario, con Parra, como si todas las formas de crueldad fueran, para él, nuevas. Pocas veces en la historia de la literatura mexicana un autor se había convertido, de manera tan temprana, en un clásico. La publicación de esta edición ampliada de Cuentos reunidos refrenda esa evidencia.