Siete pecados capitales, de Milorad Pavić, es un bello ejemplo de lo que Calasso llama Literatura Absoluta. Es el espejo que refleja la fantasía como realidad y la realidad como fantasía; el otro tipo de realidad, la que se cree real, y el otro tipo de fantasía, la que se cree que es un engaño, simplemente se desvanecen en el sopor de la gris trivialidad. De hecho, todo gira alrededor de un peculiar espejo que porta un pequeño agujero en una esquina, posiblemente el pasaje que comunica y separa a la literatura y al mundo. Los siete relatos que conforman este extraordinario libro están conectados por este peculiar espejo que al final resulta ser el libro mismo. Llega un momento en que no se sabe si se es un simple lector, o si se es uno más de los personajes que desfilan a través de la mágica pluma de Pavić. Pero ni siquiera el propio Pavić escapa al encantamiento que proyecta su imaginación, ya que él se encuentra también dentro del libro. Es una obra donde el espejo va desdoblando personajes, donde todos terminan por ser los dobles de todos, donde el mundo mismo no pasa de ser la imagen reflejada del pensamiento de Pavić, del pensamiento del lector... o simplemente del pensamiento. El autor no es el escritor, sino el libro; de igual forma que quien lo escribe, así como el que lo lee, no pasan de ser algunos de los personajes que la literatura produce para que el mundo continué su curso. La grandeza de Pavić radica en esa capacidad para dejarse poseer por la literatura, y eso no es poca cosa.