A los sesenta y siete años, Trond decide dejar la ciudad de Oslo e irse a vivir a una cabaña en un bosque de la región más oriental de Noruega con la única compañía de su perro. La soledad y el estrecho contacto con la naturaleza le devolverán a un día de su adolescencia, cuando su amigo Jon apareció de improviso en su casa: «Íbamos a robar caballos. Eso fue lo que me dijo, plantado en la puerta de la cabaña en la que pasé aquel verano con mi padre. Yo tenía quince años. Fue en 1948, a principios de julio. Los alemanes habían abandonado el país tres años antes, pero no recuerdo que siguiéramos hablando de ellos».