Mijaíl Afanásievich Bulgákov no ama, no acepta la revolución. No tanto por consideraciones ideológicas o políticas coyunturales, sino más bien porque le resulta ajena, extraña, monstruosa. No cree en ella y, por tanto, no puede apreciarla como totalidad, como relato unificado, como fuente de sentido para explicar el mundo que lo rodea. Sobre esa tensión entre cambio social e incredulidad individual se forjan las primeras experiencias literarias del joven escritor, muchas de las cuales dieron vida a los relatos que el lector tiene ahora en sus manos.