El intelectual británico Jeremy Pordage llega a Los Ángeles contratado por Jospeh Panton Stoyte, millonario estadounidense, para evaluar y tasar unos manuscritos antiquísimos. En el extravagante castillo donde se sitúa la acción también se encuentran, como huéspedes y trabajadores permanentes, un médico y su ayudante, quienes trabajan en conseguir la prolongación artificial e indefinida de la vida humana; Virginia Maunciple, una hermosa muchacha, y Wlliam Propter, en quien Huxley se desdobla.
Una vez más, Aldous Huxley somete a sus personjes a una crítica irónica en una fábula moral sarcástica. Profundo conocedor del alma humana, en esta novela trata temas esenciales de la existencia, como la inmortalidad, el bien y el mal, el amor y el sexo..., y todo ello enmarcado en un contexto histórico, el año 1939, en el que el autor, como tantos otros intelectuales de su tiempo mostraba su desazón al ver cómo la tecnología se establecía como sinónimo de progreso. Por eso, la vigencia de Muere el cisne después del verano hoy en día, casi cien años después de su publicación original resulta escalofriante.