Este texto da cuenta de un recorrido múltiple: social, personal y político. Pretende dilucidar en primer lugar los momentos seminales de la configuración del campo de la memoria en Colombia, como terreno de enunciación de derechos, de lucha social y de afirmación de identidades, pero también como área de productivos encuentros interdisciplinarios, característicos de nuestra contemporaneidad.
Comunidades, instituciones, víctimas y actores políticos diversos pusieron en las últimas décadas la memoria en el centro de los debates sobre la guerra y sus impactos en un productivo diálogo entre lo escuchado, lo visto y lo documentado. Demandas de verdad, de responsabilidades, de perdón, de memoria y reparación se entremezclaron luego de manera más explícita y consensuada con los grandes temas de la agenda de las negociaciones entre el Estado y la insurgencia. Y por supuesto, la memoria seguirá operando como deuda pendiente, como campo de reclamo para las inclusiones y exclusiones, y en el presente sobretodo se seguirá afirmando como promesa de realización en la institucionalidad surgida de los Acuerdos de la Habana, para víctimas, territorios, y actores aún no escuchados por La sociedad y el Estado.
La memoria se instaló pues en la larga duración de nuestros vaivenes entre la guerra y la paz, y con un amplio reconocimiento social e institucional que nadie cuestiona. La percibimos necesaria, pero no la queremos tiránica.