María Callas, «la divina», la voz del siglo si sólo nos fuera permitido elegir una, fue una niña que languidecía abrumada por las carencias afectivas en un centro de acogida en Nueva York...
Georges Brassens, un chico descarriado, debe a su profesor de bachillerato el descubrimiento de la poesía que daría una nueva salida a su rebeldía...
Estos casos de resiliencia son célebres. Todos ellos fueron capaces de volver a empezar después de haber sufrido una experiencia traumática durante la infancia. Boris Cyrulnik nos ofrece una visión alternativa y razonablemente optimista a las actuales teorías sobre el trauma infantil y sus efectos dañinos, incluso irreparables. A través de ejemplos de personajes famosos, y también de pacientes de su propia práctica clínica, nos muestra la existencia de un mecanismo de autoprotección que, «amortiguando» la mayoría de las veces el choque del trauma, se pone en marcha desde la más tierna infancia, primero mediante el tejido de lazos afectivos, y más tarde a través de la expresión de las emociones. Debido a los fuertes vínculos con el mundo que los rodea, las niñas y los niños sometidos a malos tratos y abusos pueden valerse de una especie de «reserva» biopsíquica que les permite sacar fuerzas de flaqueza. Pero esto sólo es posible, sobre todo, si el entorno social está dispuesto a ayudarles.
No es por azar que Boris Cyrulnik haya sido la primera persona en Francia en interesarse por el fenómeno de la resiliencia. Con tan solo seis años de edad consigue escapar de un campo de concentración, de donde el resto de miembros de su familia, rusos judíos emigrantes, jamás regresaron. Empieza entonces para el joven huérfano una etapa errante por centros y familias de acogida. A los ocho años la Asistencia pública francesa le instala en una granja y a punto está de hacer de él un niño granjero analfabeto; pero se convierte, sin embargo, en un médico empeñado en entender sus propias ganas de vivir.