Los de abajo es un libro decisivo de la literatura mexicana: para fines de 1915, cuando se publicó como folletón en un
periódico de El Paso, Texas, ninguna obra había dejado hablar a los personajes más despojados de la sociedad con
tanta libertad, con tanta intensidad, y sin evaluaciones morales o clasicistas, sin justificaciones de salud literaria o
lingüística. En las descripciones y en la narración propiamente dicha, Azuela no logra ocultar su fascinación por la prosa modernista, pero su estilo no pretende negar las huellas palpables de la opresión y de la destitución en el habla de sus personajes. Ya en Mala yerba, seis años anterior, utiliza, sin acudir a justificaciones cultas o a traducciones disfrazadas, el vocabulario regional; pero, si bien los diálogos quieren ser auténticamente campesinos, nunca llegan a tener la fuerza expresiva de Los de abajo. Jorge Aguilar Mora
La fuerza expresiva de Los de abajo proviene de la situación histórica del libro: es la primera obra que intenta darle un sentido narrativo a la Revolución. Y proviene también de la situación de la historia en él. Aunque Azuela no supera esa debilidad casi mortal de gran parte de la narrativa latinoamericana hasta la fecha, por la cual el autor se confunde
con el narrador y la narración se contamina con juicios morales, su debilidad en Los de abajo es diferente: el relato, que transcurre entre las vísperas de la batalla de Zacatecas en junio de 1914 y la desintegración del ejército villista en la segunda mitad de 1915, acoge sin condiciones la manifestación desconcertante de la vitalidad latente en el envilecimiento de todos los desposeídos, aquí representados por un grupo de villistas.