Una antología que reuniera citas elegidas solo por su elocuencia, su profundidad, su chispa o su belleza correría el riesgo de ser aburrida, interminable e incoherente. Su unidad interna no debe provenir más que de la personalidad y los gustos de su compilador, y ofrecer una especie de reflejo de ellos. Al adoptar criterios de selección de una idiosincrasia tan deliberada, el compilador no cae en la tentación del narcisismo. Todo lo contrario, ofrece un cuado lúcido de citas y referencias de la cultura universal, que obliga a cada lector a situarse antes el destello directo de citas luminosas.