La suerte crítica de Henry Moore ha flutuado considerablemente desde que empezara a destacar a finales de los años 1920. Aunque nunca fue vilipendiado como su mentor Jacob Epstein, quien tuvo mala fortuna de «recibir todos los varapalos» como dijo Moore, sufrió, en sus inicios, parte del desprecio con el que se acogió la obra de Epstein. Sin embargo a Moore nunca le faltaron defensores. A medida que avanzaba el siglo XX, se adhirió, o más bien fue atrapado por sucesivas causas, políticas o culturales, lo que le convirtió en objeto tanto de adoración como de críticas. Gracias a unos encargos cada vez más importantes, muy pronto s edio a conocer al gran público y pasó a representar lo que genéricamente se conocía como «arte moderno». Sus dibujos de guerra Refugio, realizados en el metro de Londres durante los bombardeos de la ciudad, recibieron una calurosa acogida y conmovieron al país. Una exposición en el Museum of Modern Art de Nueva York, un premio en la Bienal de Vencia en 1948 y la promoción después de la guerra de la consejería de las Artes le proporcionaron un reconocimiento mundial y un gran éxito comercial.