Cuando las piedras golpean contra la madera, cuando los ratos cósmicos desintegran a los protones, se nos dice que debemos dejar el asunto en manos de los físicos. La filosofía fue renunciando gradualmente a su pretensión de tener una relación directa con el mundo en sí, erigiéndose como el amo de ese solo intervalo que media entre el sujeto y el objeto, desde el que legisla en una secuencia interminable de paradojas y disputas partisianas. Pero, detrás de estas discusiones sin fin, la realidad se sigue moviendo. Los copos de nieve bailan bajo la luz que los aniquila sin piedad. Mientras lo filósofos se aporrean entre sí sobre la posibilidad del acceso al mundo, los tiburones persiguen al atún y los glaciares golpean contra la costa. ¿Cuánto tiempo más la filosofía va a seguir satisfecha sin dirigirles la palabra? ¿Cuánto tiempo más vamos a encerrar juntos a los monos, los tornados y los diamantes bajo la etiqueta de lo que yace afuera? ¿Podría existir, en cambio, algo parecido a una filosofía orientada a objetos, una especie de alquimia capaz de describir las transformaciones de una entidad a otra, capaz de trazar las formas en las que las entidades seducen y destruyen a seres humanos y no humanos por igual?
EDICIÓN: FLORENCIO NOCETI