A través de la mirada soñadora de un niño y con el tono poético que distingue a Bartolomeu Campos de Queirós, este relato nos hace ver y sentir la llegada intempestiva de los gitanos a un pueblo transformado por la presencia de estos seres luminosos que, tal vez, presagian un mundo sin fronteras; libre, amoroso, un mundo mejor.
Los gitanos salían en la madrugada. Enamorados de la luz, abrían sus ojos cuando el sol se anunciaba en la línea del horizonte. Sin penas ni vergüenzas, despertaban la ciudad con sus voces y con ruidos de recipientes. Sin resentimiento, deshacían la colorida aldea con la misma euforia de la llegada.