Había una vez una familia que tenía un hijo muy pequeño, tan pequeño como un garbanzo. Por eso le llamaron Garbancito.
Un día, cuando su madre estaba haciendo la comida, notó que faltaba el azafrán.
Garbancito enseguida se ofreció a ir a la tienda. Su madre nunca le dejaba salir solo
de casa, porque temía que la gente no lo viese y lo pisase. Pero Garbancito insistió.
Le dijo a su madre que iría cantando; así, aunque no lo viesen, lo oirían, y nadie lo pisaría.