LAS IMÁGENES DE ESTE LIBRO SON, a mi manera de sentir, los brotes tardíos de una emancipación a nuevos horizontes visuales. La fotografía, que aparece como mi primera pasión, fue promotora de curiosidades silenciosas y somnolientas. Desde mi primer contacto con una cámara, me asílé en el camino de los laberintos inciertos de luces y sombras, en un alucinante viaje de instantes únicos. Hace unos cinco años acentué una senda de trabajo que ya mostraba algunos rasgos de la producción actual, observables en la última parte de la publicación Vestigios y Observaciones de 2014, antología de mi trabajo hasta esa fecha. El fotolibro que presento ahora expone una línea de elaboración decidida y abierta. Bastó quizás el susurro del inconsciente, atizado por memorias temerarias, o las oníricas horas que mezclé con la realidad contradictoria para ir aclarando el paisaje próximo. Unos años atrás, algunas sensaciones personales aparecían en el ínterin de mis arduas secciones de fotografía publicitaria y con las cuales empecé a componer ensambles de imágenes que podían tener un sabor común y análogo al de los momentos de ciertos músicos de jazz o latin jazz quienes, al finalizar sus sesiones formales, se entregaban al soul o al swing, a la imaginación de icónicas improvisaciones llamadas jam sessions o "descargas" en la música caribeña. De la misma manera, paralelo a mi desarrollo foto-callejero, acostumbraba a montar en el estudio objetos disímiles, colectados en anticuarios y mercados de las pulgas; era un ejercicio de imaginería en la forma de naturalezas muertas o bodegones. Recuerdo en especial una noche, terminando un encargo fotográfico, cuando sin entenderlo del todo hasta hoy, se estaciona en la pantalla del computador la silueta en blanco y negro de un retrato vacío sin identidad; esa imagen blanca con bordes negros fue la pequeña veta que terminó acaudalando mis contrasentidos hasta hoy.