Demóstenes, nos dice Jaeger, ha resentido el efecto deformante de dos malinterpretaciones decisivas: una, la filológica, que rescata el brillo de su oratoria; la otra, histórica, que lo sitúa en la contracorriente que opone al curso implacable de los hechos un esfuerzo incomprensivo y estéril. El autor afirma, en cambio, con una visión más precisa y sabia: "Demóstenes tiene que ser considerado en su entera complejidad".