Las Confesiones, escritas entre el 396 y el 400, son la obra más conocida e influyente de Agustín de Hipona.
Pero más allá de los pasajes que la han hecho memorable, como el análisis del tiempo, su recorrido por la memoria o la
narración de las peripecias y extravíos intelectuales en pos de la Verdad que culminan en la memorable revelación del
jardín de Milán, esta obra ofrece un autoanálisis único en la Antigüedad y una peculiar reflexión sobre la naturaleza
del ser humano y de su relación con Dios y con el resto de la creación. Aunque parece destinada a un público concreto
(los maniqueos a los que Agustín se unió en su juventud y a los que ahora intenta atraer a la fe cristiana e iniciar en
una lectura alegórica de la Biblia) la forma en que se articula el diálogo interior y el lirismo sálmico de su palabra
hacen que cualquier lector pueda acceder al corazón de Agustín y, llevado de la mano de éste, también al suyo propio.