En esta breve pieza, Alejo Carpentier consiguió hacernos soñar que podemos escuchar con nuestros ojos lectores una perdida música callada y asistir, en novelesca fantasmagoría, a la representación de una ópera vivaldiana. Estamos ante una obra en cuyas páginas se atesoran, con sorprendente capacidad de concentración, los más señalados virtuosismos propios del ingenio carpentieriano.