En un matadero cerca de Tokio la producción se interrumpe de pronto cuando el bulbo raquídeo de una de las piezas desaparece. Esta médula es fundamental, pues permite detectar la EEB, la enfermedad de las vacas locas, y determinar si la carne es apta para el consumo humano. De no encontrarla, habrá que descartar la pieza entera y los trabajadores tendrán que costear las pérdidas de su propio bolsillo. Por si fuera poco, la tensión entre los trabajadores aumenta cuando aparece Imai, el heredero de un importante cliente del matadero, para inspeccionar el lugar y conocer a los encargados de sacrificar y despiezar a los animales de su granja.
En Japón, nunca nadie se había atrevido a ambientar una obra de teatro en un matadero y a hablar sin rodeos de la discriminación hacia los burakumin (los trabajadores relacionados con los oficios de la carne) como lo ha hecho Takuya Yokoyama a través de Imai, Genda y Sawamura, los trabajadores que protagonizan Abiertos en canal. Tras una concienzuda investigación y el contacto directo con los trabajadores de la industria cárnica, Takuya Yokoyama construye una obra sólida y profunda, fundamental para conocer y comprender este aspecto de la sociedad japonesa, habitualmente ignorado en Occidente.