El dolor de una pérdida arrastra a los protagonistas de Río místico (Mystic River, 2003) y se los lleva consigo, incapaces de reaccionar o de sobreponerse a él. El dolor los arropa y los envuelve como una segunda piel, acaso más cercana que la primera, acaso más adosada a la carne. Les duele sentirse perdidos y vagan esperando respuestas, sin saber siquiera lo que quieren preguntar.
Tienen en común la inocencia perdida. La que se fue para Dave cuando se subió a ese automóvil en su infancia y fue raptado y abusaron de él; la que Jimmy añora encarnada en Katie, una hija que no volverá a ver; la que Sean no encuentra al otro lado del auricular cuando su mujer -la madre de su hija- se niega a hablarle. Cada uno de ellos es, a su manera, una víctima. Todos han sufrido: los tres se interrogan que hicieron para merecer este destino.